Mira por donde, Zaide amigo, aunque no lo creas, hay pasiones a las que no las alimentan ni la ambición del dinero, ni la crueldad de las armas, ni otras similares tan destructivas y materiales, y que, muy al contrario que aquéllas, nos levantan el ánimo, nos contagian de su llama y aleccionan en nuestra idea de tomar el sendero de la existencia, acudiendo a vericuetos y trochas que no por abandonados han perdido ninguna de sus virtudes de aligerar la carga del mundo, en la eterna búsqueda de uno más florido y ecuánime, y de no perder el empeño de soplar con insistencia y sin desmayar para que su esencia no se desvanezca en el fuego del desengaño.
Con algo de previa curiosidad, y de posterior aderezo de bienestar y sorpresa hemos asistido como espectadores a ese Congreso Hispano celebrado en nuestra ciudad de algo que nos sonaba, antes de que comenzara, a rancio idealismo, a historia yerta, a pasado sin retorno: de Esperanto. Confesar tenemos, no sólo nuestra ignorancia del ejercicio del inefable idioma, sino, igualmente, de la realidad de su vigencia como lengua que sigue atrayendo y subyugando a un vasto sector de lingüistas y seguidores en todo el mundo. Lo cierto es que hemos de decir, que, sobre todo, contemplamos cómo su estudio sigue levantando pasiones aquí y acullá y cómo la mayoría de los presentes, de diferentes naciones, parecían -y de hecho lo estaban- en posesión de un tesoro, un secreto, que a unos pocos se nos negaba. Tras todo un delicioso recital de poemas y melodías que sonaron a gloria en la melodiosa lengua, nos quedó el pensamiento de que no hay mayor vínculo que aquel que huyendo de dudosas doctrinas y partidismo, sin imposiciones de dinero ni de abusos de poder, acude a tender puentes de paz, cultura y entendimiento entre los hombres: sencillamente lo que el esperanto, viene intentando con admirable callada eficacia y entusiasmo desde hace ya un par de siglos.
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