Tan amodorrado transcurre mayo en sus iniciales vaivenes, en su solio de flores y bonanzas, que ni en la cuenta ha caído que no son propios de él ni de su cohorte el rigor de unos calores que en nada se asemejan a una augurada templanza, tal como correspondería a su sino y a su anciana historia, y sí a despropósito mayor, que hasta a la sabia naturaleza le encanta como a cualquiera, en algún aventado momento, saltarse ordenanzas, reglas y caracteres, cilicios que, a veces, aprietan en demasía. Ha mudado de faz, pues, el mes, ocultándola como si en carnestolendas estuviéramos y no en vernales horas, a las que se les supone placidez y no anticipadas torturas de enfurecidos mercurios.
Sin profundizar en esas tempranas exudaciones y laxitudes de nuestro organismo, lo bueno es que, al menos, el rocoso sol espanta, sin trabajo o con él, a los moradores del sacro recinto de sus hogares y las calles se ven con movimiento y solaz, como de festivo todos los días. Esperemos que a alguien le venga como anillo al dedo el no pronosticado cambio.
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