Tendremos que recordar, una vez más, Zaide, algo que parece ha caído en un hondo olvido: que no hay terreno más fértil, suelo más granado, templo más fecundo en saberes para la docencia que el que contempla, sin alharaca ni pregones, pero con ilimitado amor y desvelo el propio hogar. Nacen allí, con suerte a cada momento, las más provechosas lecciones, las más útiles advertencias, las más expertas disertaciones, un acervo grandioso de conocimientos presto a servir al neófito en el gran combate que ya pronto le espera: el de la vida. Fuera de allí, y sin esa prístina, preciosa, educación, que se quiten selectivos centros, magnos profesores, prestigiosas universidades, enormes claustros, costosas prácticas y laboratorios que todo será sólo fugaz humo si no hallan un abonado cuerpo.
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