Medita, Zaide, que ningún bien terreno es eterno, y que lo que hoy te parece fortuna duradera o fuente inagotable de poder, tan sujeto se halla al azar y a los vaivenes y mudanzas a que los tiempos someten a las cosas como el más inerme de los seres de los que pueblan nuestro universo. Y en ello sí que poca variación de importancia cabe, porque estos y tú, aunque tu arrogancia te dicte lo contrario, expuestos estáis a las mismas tormentas, a idénticas calmas y huracanes.
Piensa antes de que algún malhadado vendaval, que no esperabas, te espante riqueza y dominio, que al hombre de altas miras, por su generosidad y bondad se le reconoce y estima, y que tanto lo será con bienes terrenales como sin ellos, y que nada debería alterar su innata condición que más loada será cuanto más se atenga a su conciencia y no al poder ni a la riqueza.
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