viernes, 18 de abril de 2014

NUBES QUE NO SON NUBES.



     Hay nubes esta mañana, todavía aquietada y somnolienta, a medio espabilar, que no son tales, aunque pocos lo adivinarían. Sin embargo, son maestras en apañar la forma, largura y níveo vellón de aquéllas, para que nadie tome atención a lo que hacen. Dan el pálpito, porque no es nada nuevo que se trata de un subterfugio del que taimadamente se valen ciertos vientos que, antes de proclamarse como tales, con toda propiedad, merodean por aquí en busca del momento adecuado, el instante preciso, para asaltar la ciudad a la que, una vez consumado el engaño, con más vigor e inquina azotan por cogerla desprevenida, por su indefensión y patente desamparo. Son vientos de ignorada procedencia, bastardos o advenedizos los más, y que, por serlos, se arropan en el disimulo, en la innominada máscara que usurpan a otros. Se aprietan contra las cumbres las montañas sin taparlas, ciñéndolas de vaporoso abrigo, de oblongas bufandas, muy prietas, casi ahogándolas, mientras con toda la calma del mundo aguardan, a veces todo un largo día, ese calculado minuto del reloj en que se harán dueños de la ciudad. La usurpación y el dominio no dura eternamente, tres o cuatro jornadas, pero  que se hacen insufribles por el poderío y mentales convulsiones que sus imbatibles ráfagas a los habitantes causan.  


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