Es la historia más negra, de perfiles más horrendos que cabe a nuestro afamado Puente: la de ser testigo, y no pocas veces instrumento con sus accesibles balcones y bajos pretiles, del definitivo viaje a otros universos de los que se propusieron sin consuelo abandonar el que un aciago día no soportaron más.
Viaje sin billete de vuelta, ni besos de despedidas, a no ser las de propio suicida a su perra suerte. Circunstancial necrópolis de fugaz paso este Puente para miles de personas que enloquecieron por infinitos motivos; males sin remedio en boticas del alma y del cuerpo; matarse para matar un vértigo insoportable, no el que produce la hondura pasajera, ni la verticalidad sin medida, sino el de la permanente desventura por una perdida ventura que nunca vuelve. Vuelo sin batir de alas en unos minutos de eternidad para alcanzar otro suelo, otro espacio sin fronteras visibles.
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