lunes, 10 de junio de 2013

ALGO DEL ESPÍRITU DEL ÚLTIMO MOCTEZUMA.

                                 

     Si algo vivo queda de los muertos en la tierra, con que solazarse y vagar libre de las penas y dolores, de cuerpo y espíritu, que en vida le amargaron, lo rescatado a los gusanos y al polvo de este José de Moctezuma y Rojas, debe sentirse en la gloria; aparte, claro, de la hipotética  que pueda corresponderle en esos universos siderales por su proceder anterior, si es que los terribles juicios de que nos hablan algunas religiones, han de tener lugar.

   Historia curiosa la de este rondeño, de sangre y ascendencia tan azteca que, que con ciertos meandros de mezcla espúrea en su línea de ascendencia directa, se consideró el último descendiente del emperador Moctezuma. Y algo había de certeza en ello, cuando recibía una dotación monetaria como reconocimiento de este hecho por el Gobierno mejicano.

     Azarosa fue su existencia, teniendo que hacer frente como máxima autoridad local de la Maestranza, al accidente de la plaza de toros, cuando casi acabada esta de construir, en una celebración, se vino abajo causando varias muertes. O en su conducta antipatriótica, recibiendo al frente de los suyos  a José Bonaparte, como el salvador de España.

      Solventados ya, para siempre, problemas de su conciencia, que dejaron de serlo un día cualquiera del siglo XIX, cuando sus herederos dieron buena cuenta de sus pertenencias, y él de sus alma,  hay rumores que, con la casa a mano de mármol de Igualeja, que para morada ultraterrena se  construyó, de extraña forma, y refugio a un paso, de que, en la plácida oscuridad y silencio de la iglesia de Santo Domingo, no es otra cosa que él, o lo que permanecido de él, quien inesperadamente, en ciertos momentos, sin horario fijo,  aparece sin aparecer, iluminando naves o arbotantes, puliendo columnas y salvando bóvedas, para desaparecer tan fugazmente como surgió; puede que para buscar una y otra vez el cariño imperturbable de su esposa, María Josefa Virués de Segovia, eterna acompañante suya, como en vida, en su casita de mármol gris de Igualeja.






   

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