Ya han pasado unos cuantos años desde que, con una puntualidad exquisita de inglés educado en Oxford, cuando ya el invierno comenzaba a mitigar la intensidad de sus rigores, florecían los almendros. Era marzo avanzado, y, aun así, el blanco posado en sus ramas era una pelusa evanescente, casi etérea, sin apenas carácter; que ni las cubría ni era obstáculo mayor para que a su través y en el de una desnudez todavía evidente, como si fuera una escotilla abierta de par en par, se colaba la imagen de los molinos, la de los senderos, la de la cuadrada puerta del Cristo, las travesuras del río, al descubierto unas veces su cansino peregrinar, otras oculto su intimidad, las rojizas laderas, con el cano color de una gleba alisada por el peso agobiante de los siglos inmisericordes; o el misterioso azul turquesa de unas montañas que lo guardan todo, que lo vigilan todo, que lo escrutan todo; que más que un quebrado festín de picos y ordenadas alineaciones de masas, es en su conjunto un reloj: un inmenso reloj, un ciclópeo, tenaz y jubiloso reloj, con capacidad para medir la inmensidad de lo que medida no tiene; del tiempo de ayer, y el de mañana, y el del futuro, y, cómo no, en sus repletas entrañas el del destino de la ciudad a la que en ningún momento, desde siglos ha, pierde de vista, no sea que huya harta de penar siempre, pendiendo su estabilidad de un hilo y temiendo ser engullida en cualquier fatal momento por un precipicio que, para tragarla, ahondaría más en su hondura.
Este almendro de hoy, parece el director de orquesta de todos los almendros, sobre todo de los que cabe al Campillo, en su ladera nacen, pues en lo más encumbrado del Tajo se halla, en pina mezcolanza de silvestre espesura. Son tan apocadas, translúcidas, diminutas y poca cosa sus flores como solían ser la de los inviernos de antaño. Pero, no crean, invierno igualmente es hoy; pero enero, aunque lucen lisonjeras, mínimamente llamativas, sin pretender llamar la atención, dispuestas a la marcialidad de una orden, llegue esta cuando le llegue, no importa si marzo o enero, ni unos meses antes o después, que en eso, como en tantas otras cosas, es la naturaleza la que manda.