Sin más, ley de vida, márchase Septiembre roto, como todo cuando acaba, y con él un inaudito verano de extraños rigores, sin gustosos sabores, porque no los hay, ni siquiera desabridos, donde existe manifiesta calamidad aunque sea atmosférica esta, y lo cierto es que fue plano su transcurrir, de suyo, como el electro de un corazón sin aliento ya. Hay recuerdos que son maldiciones, castigos, y lo será el de una estación que a nadie conmovió, que a nadie hizo gozar, a no ser que en todo padecer haya gotas de un oculto placer, de masoquismo insensato y desquiciado, que incontable son las almas e incontables sus arcanos y lo que anhelan.
Habrá que abrir nuestros agotados espíritus al otoño y al milagro constante de sus luces, nubes y emociones, porque sí que esta estación, tan cambiante, tan multiforme, tan amable, las tiene, y pasear sin tino por alfombrados campos, por umbrosas avenidas, absorbiendo sus irisados días, sus plácidas horas, como si fueran las postreras, que así más seremos nosotros y más fraterna y desprendida nuestra madre naturaleza.
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