domingo, 6 de septiembre de 2015

EL JAZMÍN DEL BALCÓN, EN UN VERANO QUE AGONIZA



     Al espigado y barrigudo jazmín que se adentra por los hierros de mi balcón, este vientecillo que corre de delicioso frescor, que sopla y no sopla, parece, cuando lo hace, poner de hinojos todas sus ramas, que se cimbrean como movidas por algo más poderoso que unas simples auras de nada, que no son ni poniente ni levante aún, sino meros aprendices de ellos, sin sus ardides ni potencia. Es cuestión, como todo, de voluntad; y, como a tenor de su insistencia para arrancar inermes florecitas de su verde hogar,  a las que columpia hasta dar con ellas en el suelo en singular nevada, este viento aniñado no es de los que desesperan y cabeza gacha renuncian, cuando arremetan en el vecino otoño, algo que ya predica a voces el brumoso horizonte de hoy, habrán aprendido su oficio y fortalecido su garganta tronadora, tal el mismo Eolo, y será cosa de ver, de respetar e incluso de temer.
       Mientras, bien disciplinado, se entrena y entrena sin perder la fe de ser alguien en algún momento,  sometiendo al risueño y  paciente jazmín a un empuje, a un acoso, a un sin vivir, que no es nada de eso, sino celestial caricia de un verano que agoniza.


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