jueves, 10 de septiembre de 2015

ESA FAMA, QUE NO ES SINO NECEDAD


      La fama, Zaide, en un tiempo no tan añejo que no pueda sin esfuerzo traerse a nuestra memoria, abría las puertas de su reino en contadas ocasiones: únicamente, cuando se trataba de acoger en su inmortal claustro a inventores, literatos, héroes, santos, a sabios, a hombres siempre de probado ingenio, sabiduría, humanidad  o de excepcionales merecimientos, que nadie osaba discutir.
         Por tan misérrimos y estériles senderos camina hoy la fama arrastrada por sus pedestres adeptos, que cualquier chalán, cualquier zafio, cualquier ignorante, cualquier vividor, cualquier zampabollos de feria, cualquiera que se cree notable por ser hijo de los considerados artistas, aunque nunca participaron de sus dones, es bueno para que su nombre y figura ocupe la atención y las páginas de las revistas, de la radio, de la televisión, y para que una multitud de seguidores, como si de doctos enviados de los dioses fueran, vivan pendientes de ellos, sin sueño, embobados con sus idioteces, con lo que comen, a dónde van, a quiénes, partícipes de su misma necedad, pretenden como pasajeras conquistas. 
        Bien haremos, Zaide, como hasta ahora, en huir de ellos y de sus vanas redes como de la peste y buscar otros mesías más verdaderos, otras distracciones de más enjundia, que entreteniendo, sin ir más lejos, aporten alimento a nuestro espíritu, que sí que las hay.

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