jueves, 1 de octubre de 2015

¡YO SOY EL OTOÑO!



     ¡Yo soy el otoño!, salmodia con renovadas fuerzas octubre, libre del estorbo de advenedizas estaciones que pudieran molestar la pureza de ese clamor. Y aunque no es, desde luego, el único mes que alardea de presumir de lo mismo, su pregón gana adeptos porque es el primigenio, y porque más de uno y de dos anhelábamos cambios, que la rutina es maestra en anquilosar ánimos y temples, y mejor nos vendrá evitar la impureza de aguas encenagadas para ir en pos de las que nos resucitan.
       Trastocado un primer orden, perdió en jerarquía octubre con el cambio de calendario de romano a gregoriano lo que ganó en serenidad, colorido y fuste, dejando atrás monotonías y ardores de añejas épocas, cuando la historia de sus días navegaban hasta el hartazgo por fogosos cielos desnudos sin otra cosa que referir que no fueran exudaciones y rotundo tedio.
       Más a sus anchas, con zapatillas y pantalón remendado de casa, se haya ahora nuestro mes, con una actividad que por disparatada y presurosa perplejo nos deja. Pero más debería dejarnos, y en eso nos ejercitamos,  en contemplar aborregados rebaños de nubes sin trasquilar; a árboles en adelantado carnaval; a aves, inquietas monarcas de nuestras límpidas alturas, que pierden el norte oteándolo; a la vida en fin, yendo sin detenerse nunca, de aquí para allá,  sin apreturas ni presiones,  sabiendo lo que quiere, y a dónde va, algo que ya quisiéramos para nosotros, más esplendorosa y multiforme que nunca.

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