En nuestra azarosa y perecedera existencia, perseguir cosas materiales es lo habitual, aquí y allá; las más, con un ansia desproporcionada al valor que, en realidad, en sí tienen. Pocos escapamos de eso. Sin embargo, en ocasiones muy contadas, a alguien conocemos con otra visión de lo que nos rodea, con otras aspiraciones menos mundanas.
A Paco Marín, entre otras muchas cosas inmateriales que perseguía, quiero recordarle cuando, con conciencia de iluminado, como si autor de la escena fuera, andaba tras las noches inmaculadas, aquellas en las que el firmamento es una fiesta para la mirada y para el espíritu. Y si lo que milagrosamente se cocía en esas fechas excepcionales en que ello acaecía, era una mágica caída de estrellas, la llamada lluvia, allanando los oníricos confines del universo, instalado quedaba en sus ojos durante días, los que antecedían y precedían, un brillo, como tufillo de un pensamiento que, sin duda, le rondaba por la cabeza: !Quién anduviera por ahí acompañado de estrellas!
Cuando se instalaba la ceramica en tu memoria días pasados, no me abandonaba a mí tampoco, amigo Paco, la idea de que muy mal tendría que estar todo, cualquiera que sea lo que nos espera, si, caminante estelar, tú no andas ya hollando estrellas.
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