El calor no sólo hostiga hoy, sino que sin
disfrutar de su fugaz existencia deja a unas rosas que se diluyen en vuelos de blancos y rojos pétalos, apenas nacidas. Aire sofocante, dicen que con origen en el norte de otro continente que no es el nuestro, el de África. En pasadas épocas, estas alteraciones únicamente acaecían en el corazón del estío, subiendo un peldaño más la ascensión de un hervor que ya se había adueñado de cuanto había. Mudanzas que traen los años y el malvivir que nos rodea. Nos preguntamos si todo no será nefasta consecuencia de ese tenaz sufrimiento a que tenemos sometido al planeta, hasta hacerlo polvo de estrellas, nada; o si se tratará más bien de un clamor de auxilio, procurando nuestra atención a un continente en el que imperan y no cesan las matanzas y las guerras atroces, sin que importen un bledo el resto del mundo. Muertes inacabables de seres indefensos, paradójicamente en tierras en las que más tempranamente surgió el hombre a la luz de la inteligencia. Un sofoco, un sonrojo que no es por su calor, que gime por otra clase de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario