Con los soles desmesurados de estos días campando a sus anchas como febril protagonista de la atmósfera, nos habíamos olvidado de que existían otros elementos perturbadores, entre ellos los vientos que, cuando se desmandan sacando a relucir toda su ira y arrogancia son muy de guardar. Y no porque sus embates puedan poner en riesgo nuestra integridad, aunque algo de eso no se descarta, sino en esencia, y en eso sí que nunca fallan, porque trastornan el signo de nuestros sueños, de plácidos a horripilantes, cuando dormidos; y si despiertos el de nuestros nervios, a los que igualmente despiadadamente hostigan.
Nada nuevo, puesto que ya hace unos siglos que señalaba nuestro sabelotodo Espinel, cómo de furiosos eran en la época y el empeño que tenían en sitiar y azotar a nuestra ciudad durante interminables períodos. Todo es mudanza en la vida, e incluso en la naturaleza fustigada cada vez más obcecada e insensatamente por los humanos, quizás por eso, un poco levanta el ánimo discernir que todavía hay cosas en ella que poco cambian, molestias aparte.
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