Introduce un poco de placidez y frescura el aire, que curioseando por doquier en la festiva mañana, espanta algo al calor insolente de estos días. De todas formas habrá que agradecerle al tiempo, pese a los insospechados furores de un estío tan insólito y precoz, que no viniera a aguarnos todas las celebraciones que por aquí andan en el mes. La postrer de la quincena, la que intenta recrear estos días lo que de bueno tuvo una época, funesta en otros aspectos, como fue la del XIX. Lo mejor, diríamos, de toda esa explosión de colorido, mezcolanza de vestimentas, sotanas, frailes, escribanos, regidores, mantillas, estandartes, banderas flameando, bordados, carruajes, jinetes, alazanes, de animales enjaezados o portando cargas frutales de las huertas serranas, como si nada hubiera cambiado con un ayer lejano, es que sirviera para estrechar lazos entre poblaciones de nuestro entorno, afines a la nuestra por cientos de motivos, tanto los de olvidar como los de recordar. Poner en vereda y en orden a cuantos formaban parte de
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