Sería mucho pedir a estas alturas de la vida, cuando nada es lo que fue, pero como Daudet, ahora que pocos o ninguno quedan, uno daría un mundo por ser el dueño de un molino harinero abandonado; no para moler el grano, como durante siglos hiciera, sino como refugio de trasiegos y caminatas por el valle, por laderas y collados. Y en su interior, acabada la placidez de aquéllas, medrar de su soledad y silencio mientras la tarde, cárdena, desfallece, y el rumor del río, en el silencio, es como un silbido de atención, como si anunciara que la luz se escapa y el día fenece. Y meditar sin pensar en nada y escribir de todo sin saber de nada. A divisar se acierta por una oquedad
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