Cuando cielos angustiosos se derrumben sobre tí, cuando todo se desmorone a tu alrededor, asfixiando tu feble ánimo, Zaide, ahí estarán tus hijos y, por ende, los hijos de tus hijos, trozos de tu alma, sangre de tu sangre, ancla y amarras contra turbiones y temporales. Sus triunfos, penas, vaivenes, alegrías y derrotas, las tuyas serán. De nada te valdrá el engaño del dinero, de los negocios o de las vanas distracciones de un mundo falaz, si ellos te faltan. Aunque no necesariamente estén a tu lado, porque a su pesar la vida los mandó a otros confines, será el cariño mutuo, un pensar en ellos que nunca te abandone, el que acabará haciendo su ausencia menos dolorosa, fraguando esa gruesa tabla a la que aferrarnos para no desesperar, para mantener ilusiones, para seguir vivos.
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