Bravíos turbiones y clamorosos vendavales como los que soportamos de presente, vienen a recordarnos que, cualquiera que fueran los disfraces,
casi de carnaval, casi caricaturescos, con que se ataviaba la estación, envuelta en mansas auras y ardorosos soles, por la extrema orilla del año andábamos, y así, atropelladas y borradas por las aguas, casi perdidas tiene la suyas nuestro río, el Guadaleví, ya río menudo, bien río cuantioso, cuando le conviene. Para espectáculo grandioso el suyo, porque ahora si está que se come el mundo, atronando los aires con bélicas arias, que suben por la garganta que le da cobijo como raudas avecillas, mientras saca inusuales brillos a las rocas a las que cabalga achucha y tapa como el más malandrín de los ríos. La virtud tiene, que imitar deberíamos los más, de apretarse y flagelarse cuanto haga falta, dando vueltas y más vueltas hasta encontrar su camino, uno de lo más derechos después de su particular vía crucis, a fuerza de constancia ganado, con añeja sabiduría de río menudo y avispado.
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