Para vigorizar las ideas e, incluso, los apocados ánimos, nada como estas lluvias de moderada tibieza e intensidad, para las que no sería necesaria otra protección que no fuera la habitual que presta nuestra ropa de la estación tanto al pudor como a cualquier mediana inclemencia de las que, de súbito y sin previo aviso, puede asaltarnos en el exterior.
Y en esa prontitud de aparición, casi de juego malabar, resoluta, incluyamos la de los vientos que por aquí nos llegan procedentes de las míticas columnas de Hércules, de las que, por otra parte, deben de tomar su fortaleza y fiereza dado cómo despereza sus luengos brazos
no dejando títeres con cabeza. Y la mala conciencia de fustigarnos nada más llegar, no consiste precisamente en su peor cara, sino en la insoportable de aliarse en comandita, en ocasiones como en la de esta mañana que ya casi termina, con aquella lluvia mansa, apacible, de la que hablábamos antes; pero que aliada con los vientos en un común empeño hace que nuestro paso por las calles sea tan utópico y tan de titanes, que lo mejor es ni intentarlo.
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