Si capaz fue de erigir catedrales que a cielos y centurias desafían; de construir fortalezas de severo porte cuya contemplación sobrecoge el ánimo; de prolongar murallas de robusta altura y grosor, salvando hondones y despeñaderos hasta inaccesibles lugares; de secar inmensos piélagos y cubrir desiertos de fecundas aguas; de crear imperios duraderos donde pocas esperanzas había de permanencia; de llegar a la inalcanzable luna; de fabricar genios; de predecir huracanes y tormentas; de volar en disputa con las aladas aves; de poner nombre y desentrañar lo insondable; de descender al mismo averno para, después, a salvo, gozar del mismo edén; de engendrar vida en laboratorios y probetas; de cantar en piedra y en mármol al valor, al ingenio, al saber, a la bondad; de trocar lágrimas en sonrisas; hieles en mieles, la nada en el todo; si eso y más, Zaide, se procuró la voluntad indomable de los hombres, ¿cómo la tuya, tan encogida, tan apocada y atemorizada se inhibe ante cualquier dificultad, dando lustre a tus penas, recreándote en ellas y no remediándolas, como cualquier ser sensato haría?
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