lunes, 22 de septiembre de 2014

EL VIAJE Y LOS AÑOS


     Tienen los viajes con el desbocado transcurrir de los años, ya atemperados los exaltados entusiasmos con que emprendíamos los de novatos, cuando unos de nada nos hacía sentir como pioneros explorando tierras ignotas, nunca holladas, del vasto mundo, un reverso del que antes 
 carecían; un regusto híbrido del antiguo y juvenil gozo, pero también la congoja que quita la miel de ellos. Es la miel la misma de antaño, la que precede a la excitación de descubrir algo inédito que pueda avivar las emociones del espíritu, dentro de ese incesante aprendizaje y descubrimiento que anima nuestra existencia. Las gotas amargas las pone en el viaje, al partir, esa idea, fugaz por fortuna, de que pudiera ser el definitivo, el de nunca regresar al hogar, la postrera despedida de todo porque nunca habría ninguna más. En realidad, es una queja sin sentido alguno, un timorato suspiro en un momento bajo de nuestro ánimo, porque nadie nos obliga a realizarlos. 

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