Nunca es bueno que te vean como no sueles ser de ordinario: con el espíritu en llamas y echando fuego por la boca. Intenta, Zaide, aplacar, tu ira, la de hoy la de todos los días, que motivos sobran, la que nace y se subleva ante las injusticias del mundo o las que levanta en tu ánimo los infundios que directamente atacan a los tuyos o a gente buena. Hasta las piedras se indignarían con ciertos hechos. Pero considera que esas explosiones de furor más dañan a tí que a nadie, y si consiguen hacer mella en tu ánimo, sereno otras veces, trastocándolo, te transfiguraran en la fiera que no eres, alejando de tu vera el reposo y la ecuanimidad que ha de presidir todos nuestros actos. Combate cuanto no veas bien, para alertar a otros, para algo ha de servir; pero sin alardes ni excesivas muestras de indignación que a ningún lado conducen, porque no mucho puedes hacer para remediar las injusticias de este mundo, cada vez más insoportables, de más ruindad y descaro. Grita en tu interior, y en voz alta, sin aspavientos, que no por eso las condenarás más, no te prives de maldecirlas. ¿qué otra elección cabría a estas alturas de nuestras vidas?
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