Se enmascaran estos días de desaforada luz, en ocasiones, con una estampa de cubiertos cielos, por la que aquella a duras penas se deja ver. Nada importa que el tiempo ae encamine a zancadas hacia mares de eufórico ardores para que una falaz fisonomía recorra a la ciudad. Merodean, por doquier amables auras, tupidas doseles de arbórea fronda dan sombra en parques y jardines, y crece en el aire una serenidad y calma que se diría no es de este mundo, sino de otro más amable y justo en el que no gobernara más que el bienestar y el gozo de todos.
El caminante, que ya venía desde semanas evitando los rayos de sol, dañinos por lo que se dice cuando llegan estos meses, celebra ir por donde le apetezca, sin tener que evitar nada, vadear nada, cubrirse de nada, protegerse de nada, intentando por unos momentos gloriosos, creerse ser eso tan engañoso con lo que los más eruditos proclaman al hombre: rey del universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario