El calor propio de las fechas, la falta de vacaciones, entendiendo por estas un cambio de aires, y la penosa situación política del país, nada nuevo por otro lado, invitan como eficaz y doméstica panacea, a recurrir a nuestra mente y buscar allí, en nuestro memorial archivo, recuerdos de escenarios que en alguna ocasión nos cautivaron; apartados retiros de paz y sosiego, islotes placenteros que con un poco de imaginación nos aguardan, como cuando allí estuvimos.
Para no alejarnos mucho, aunque dado el ejercicio, la distancia no cuenta, déjennos adentrarnos por esa arbórea superficie que se abre entre Cortes y la Estación de Gaucín, ese espléndido refugio natural que es su bosque de alcornoques. Sombra y silencio, por doquier, rumor de hojarasca, si acaso, y de fuentes que manan gloria, exuberante regalo para la vista, un monumento cada ejemplar, de una raza que no duda en despojarse de su piel, un año y otro, un siglo y el siguiente, para dar trabajo y sustento al hombre, su dueño y a veces su verdugo.
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