Las nubes ahora, pecan de advenedizas, suelen ser extrañas invitadas en los cielos de los veranos meridionales; sin tormentas ni otros fenómenos atmosféricos que los altere, a no ser el incandescente fuego que despiden. También en eso, en mantener una tozuda monotonía, porque no era así antaño, están cambiando los tiempos. El caso es que esas escuálidas vedijas, esas oblongas tiras que merodean por el firmamento hoy, sin formas ni volúmenes, distan mucho de ser hermanas expertas de las de otras estaciones más pródigas en descaradas exhibiciones. Se dirían que ensayan para conseguir, con harta paciencia, trocarsse alguna vez verdaderas nubes, espléndidos y granados cirros o cúmulos; pero ese bosquejo es tan desmañado y fugaz, que ni dura mucho, ni presenta gran interés para llamar la atención de nadie.
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