Esta cruz de los caminos, este humilladero, vino a parar en donde terminan todos los caminos. Donde ya no existen más caminos, ya que sólo es el de la muerte la que por doquier impera. La muerte no como espera, sino como algo definitivo, cumplido el plazo, corto o largo de la espera.
Da un poco de grima, en un lateral de cementerio, la vista de su piedra carcomida, que si una vez estuvo espléndidamente labrada, hoy pierden contorno, redondez sus brazos y relieve sus figuras. Recodando mejores días, de plegarias de viajeros, de soles, horizontes interminables y vida, aún se mantiene enhiesta, e inútilmente clama por un cuido, por mejorar su suerte y la de su piedra, por el lugar que, no cabe duda, merece: un templo, un claustro, otro camino que no sea este sin caminos, ni vida.
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