Por si no tuviéramos bastante con los cambios atmosféricos, bien gordos, que nos procura un otoño en plena lucidez alterando nuestro ánimo y reposo, de nuevo estamos inmersos en la suprema estupidez de martirizar el de los relojes en su sosegada marcha; y, desde luego, hasta recobrar nuestra perdida cordura, con la mirada embobada en sus esferas, a abocarnos a juegos tan aburridos, como el de: "ahora son... antes serían"...
Y así anda uno, en danza ya, cuando son las tantas de una madrugada casi gélida. Si no fuera por llegar una hora tarde a todas las citas, y que te pongan como los guiñapos, apostaríamos por dejar las cosas tal están y fiarnos del único reloj fiable en su perfecto caminar desde que el mundo es el mundo: el astro rey. Ni siquiera ese hipotético retraso supondría un problema para la ingente masa en incremento de millones de parados que, por desgracia para ellos y vergüenza de los que nos gobiernan, no tienen que someterse a un horario fijo.
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