Al ir sin coche, como cuando eran contados los que había, llegamos hoy, como entonces, al barrio de San Francisco con la conciencia de traspasar límites establecidos, de evadir fronteras y aduanas. La sensación se hace más intensa desde el momento en que se entra, con ese cerco de férreas murallas y puertas hercúleas, marcando separaciones de otras épocas, y casi, con esa conciencia de forastero, nos extrañamos de que alguien no nos salga al paso, al igual que cuando era obligado rendir cuentas de lo que se llevaba encima en las casetas de consumo, y no se nos pida pasaporte, salvoconducto o visado como antaño. Y es que todavía, pese a los cambios habidos en costumbres y trasvase de vecinos de la ciudad al Barrio, éste nos queda un poco lejos o puede que sea la idea que nos acude a la mente a los más viejos, por haberlo conocido cuando realmente era un apéndice urbanístico que se debatía entre ser Ronda o no serlo.
Al Barrio íbamos por su feria, como hemos hecho ahora en que lo están. En grado menor hubo un tiempo en que la de San Francisco era dentro de una igualdad de atracciones, la más pequeña e íntima de las de Ronda. Creo que en cierto modo sigue siendo una feria de pueblo, como eran todas las de nuestra ciudad. Nos encantan las ferias de los pueblos y nos espantan, hasta hacernos huir fuera de nuestra ciudad, otras como la nuestra grande de septiembre, artificial, provocativa, nos tememos, en la que emborracharse y no alegrarse es un fin. Una barbaridad, en cualquier caso, que para un par de veces año en que plenamente se utiliza se haya edificado y derrochado millones en un recinto ferial, como si el estar permanentemente en feria todo el año fuera lo nuestro, lo que nos diera fama y de comer en todo ese período.
Con un regusto de pretéritos tiempos, por todo lo dicho, en esta mañana casi veraniega, casi agobiante de sol, hemos paseado por la plaza principal de San Francisco, más apretada de atracciones que antes, pero como el escenario no ha cambiado, afortunadamente, gran cosa, pervive su tufillo de lo que es y nos fascina: una feria de pueblo.
Al Barrio íbamos por su feria, como hemos hecho ahora en que lo están. En grado menor hubo un tiempo en que la de San Francisco era dentro de una igualdad de atracciones, la más pequeña e íntima de las de Ronda. Creo que en cierto modo sigue siendo una feria de pueblo, como eran todas las de nuestra ciudad. Nos encantan las ferias de los pueblos y nos espantan, hasta hacernos huir fuera de nuestra ciudad, otras como la nuestra grande de septiembre, artificial, provocativa, nos tememos, en la que emborracharse y no alegrarse es un fin. Una barbaridad, en cualquier caso, que para un par de veces año en que plenamente se utiliza se haya edificado y derrochado millones en un recinto ferial, como si el estar permanentemente en feria todo el año fuera lo nuestro, lo que nos diera fama y de comer en todo ese período.
Con un regusto de pretéritos tiempos, por todo lo dicho, en esta mañana casi veraniega, casi agobiante de sol, hemos paseado por la plaza principal de San Francisco, más apretada de atracciones que antes, pero como el escenario no ha cambiado, afortunadamente, gran cosa, pervive su tufillo de lo que es y nos fascina: una feria de pueblo.
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