Con su prestancia de días bonancibles, de lo más propicio para ejercitar de mil maneras espíritu y cuerpo, nos dejó septiembre varias huellas en nuestra ciudad de alto valor cultural que, ahora, a toro pasado, nos gustaría dedicarle un breve comentario, como son todos los de este blog. A dos de especial relieve nos referiremos por orden cronológico, dejando para mañana, el segundo en jerarquía en su llegada al calendario.
El primero fue la exposición que con el nombre Un siglo de huéspedes. La huella de Rilke, tuvo cabida en los salones del Convento de Santo Domingo. Perfecta la organización y mejor la idea de mostrarnos la colección pictórica que hasta ahora cobijó el hotel Victoria, un tanto desperdigada por sus dependencias y, por ello, difícil de observar reunida, a la vista toda, con cada artista ocupando su parcela. Y si decimos "cobijó", es porque nos queda la duda de si el destino último de todas esas obras volverá a ser el mismo anterior y no se las llevará, sabe Dios dónde, esa remodelación interna que ha finiquitado con el sabor recoleto, de otras épocas que ennoblecía y distinguía al otrora británico hotel. Y que se quede ahí.
Por si eso ocurriera, y somos pesimistas, conservaremos como oro en paño el estupendo catálogo que se ha publicado de la exposición.
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