Impregnada aparece esta mañana primeriza con una melancolía que, como racimos de vides en agraz, se prende a ella y que está presente en cada objeto en cada casa, en cada tejado, en cada persona que, sin prisa, abstraída en sus pensamientos, pasa de vez en cuando por la calle, abrumadoramente solitaria por ser festivo. y a la que contemplamos, también sin premura, absortos, igualmente, en mil cosas que no hacen daño, pero que en el fondo desgastan el ánimo, el espíritu.
Eso ocurre con este noviembre de nombre sonoro: que te seduce con cielos por los que merodean nubes de ensueño y horizontes gloriosos, que dejan a uno boquiabierto; pero que, con similar presteza se encarga de dejar sin brillo, con lúgubres tonos, a todo un paisaje no hace tanto tiempo eufórico de hirientes luces. Una tristeza que, sin grandes motivos, aunque pocas veces faltan, acaba por atraparnos. Quizás, como remedio de andar por casa, más nos valga concentrarnos en esos divinos cielos, nubes y montañas, ahora que se transforman como nunca, y no pensar en otra cosa.
Eso ocurre con este noviembre de nombre sonoro: que te seduce con cielos por los que merodean nubes de ensueño y horizontes gloriosos, que dejan a uno boquiabierto; pero que, con similar presteza se encarga de dejar sin brillo, con lúgubres tonos, a todo un paisaje no hace tanto tiempo eufórico de hirientes luces. Una tristeza que, sin grandes motivos, aunque pocas veces faltan, acaba por atraparnos. Quizás, como remedio de andar por casa, más nos valga concentrarnos en esos divinos cielos, nubes y montañas, ahora que se transforman como nunca, y no pensar en otra cosa.
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