Por mero azar y sin ningún propósito que sepamos de los dueños, los actuales y los venideros, (la cadena hotelera Catalonia), han venido a coincidir el año del centenario de la estancia de Rilque en el hotel Victoria y la laboriosa remodelación de éste.
Si exteriormente la vistosa imagen de foránea arquitectura no ha sufrido grandes transformaciones, aunque algunas nos tememos que hay, de puertas adentro, como cierto amigo me indica, es como si para el trazado de los interiores se hubiera tenido como modelo la seudo modernidad y fea simpleza de Ikea. Habitaciones y espaciosos han perdido de una tacada ese aire intimista, diciochesco y una atmósfera poética que era tan afín a las hechuras de una edificación que tenía su razón de ser en trasladarnos con su contenido a otra época.
Modernizar el hotel y sus instalaciones, y seguro que era necesario, no significa echar por alto toda una herencia digna de conservarse, cuando muy bien pudiera haberse hecho la mismo con mejor gusto y sin dañar lo existente. Horrible celebración, y lo malo es que este infausto despropósito no es cuestión de un día sino que nos acompañara ya para los restos.
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