Sin duda la llamada sociedad del bienestar, que fue y sigue siendo, pese a todo, de opulencia para muchos felones, definitivamente ha pasado a mejor vida. Sin ahondar en otros aspectos, no hay más que darse una vuelta por nuestra calle principal y ver la cantidad de locales vacíos, con la etiqueta de venta o traspaso encima de sus escaparates, desnudos de objetos, en sitios y esquinas privilegiadas que en otro tiempo eran fuente seguras de ingresos, para dueños y contratantes. Item más: la de pedigüeños que surgen a cada paso, cuando no, como hoy la presencia de huelguistas que claman contra despidos o por una mejora en sus condiciones de trabajo, esta vez los galenos del Mir en las puertas del Ambulatorio.
Como a los que toca hacer examen de conciencia, a los causantes si no de la crisis en su totalidad, sí de su profundidad y duración, más se empeñan en no desprenderse de ninguno de sus privilegios que en buscar remedios, la tragedia que se está viviendo en muchas familias por descomunal que sea, es nada para lo que nos espera; porque ningún asomo de luz alumbra en este descarnado horizonte, pura indigencia de un país, el nuestro, desde luego, en plena decadencia. ¿Bandoleros en el XIX? Simples aprendices con los actuales, con la diferencia que aquéllos de otros tiempos daban la cara.
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