sábado, 25 de agosto de 2012

GAVIOTAS SIN RUMBO




     Con igual premura que acuden en estos meses de calor los veraneantes a las playas, huyen las gaviotas de las costas. Les tienta más la soledad y el tiempo desapacible y hosco de otras estaciones que el de las estivales, en las que si hay quietud y serenidad en la atmósfera y en las aguas del mar en las que pescan su alimento, no las hay en las arenas de sus orillas, abarrotadas de una multitud chillona y bulliciosa, que no para de moverse.

     Sólo ya, muy avanzado el transcurrir del día, cuando las luces indecisas del ocaso llenan de diminutas y fulgurantes arrugas añiles la planicie infinita del viejo Mediterráneo, vuelven algunas. Vuelan muy alto, sin ánimo de descender, inmóviles en el aire calmo, más que nada para cerciorarse de que la invasión de intrusos, un suceso que no es nuevo cada verano, no ha dañado sus escondites, sus miradores ni los senderos, un camino sin edad ni suelo,  por los que acceden y vuelven del mar.  

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