Sacudirnos de esa pegajosa manta que nos echa encima el calor agobiante, en unos días en los que lo que nos vendría de perlas serían chorros de agua helada, como la que transportaban los ríos de antaño, no es mala terapia; claro que, para ello, habría que buscar mecanismos a propósito, algo que tampoco es fácil. Puede que uno de ello, sea el desviar la mente y poner nuestra atención en otros horizontes.
Un panorama diferente, y seguro que con menos sudores, nos lo ofrece en esta primera quincena de agosto, ese encuentro con el arte al aire libre que, como una bendición, por lo original y por el ingenio de todos los que intervienen, en realidad todo el pueblo, presenta Genalguacil.
Lo cierto es que no decimos nada nuevo, que ya, sin ningún complemento adicional, cada pueblo de nuestra Serranía, en su sentido más amplio, no en el político, los que tocan a los que nos caen cercanos de Málaga y Cádiz también, los de siempre, son en sí una obra de arte en su urbanismo, en su cegadora blancura, en su situación y en otras muchas virtudes que serían laborioso enumerar. Obligados a buscarse la vida para no desaparecer, desde hace unos años se la dejan buscando formas de auto funcionamiento y de atraer a sus pinas calles quien se deje unos dineros cada vez más necesarios y que, en contadas ocasiones, de donde tenían que venir no les llega. Al menos este de Genaguacil, el de los inmensos paisajes y frondas en los que se enreda la vista y el sentimiento, parece haber hallado echando más arte donde no faltaba, una paletada de aire con que llenar los pulmones para resistir después lo malo que venga.
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