lunes, 2 de julio de 2012

UN TREN MENOS, UN DESPRECIO MÁS.




        Julio ha entrado indeciso, algo apocado, y alterna horas de un frescor inusitado de rondeños veranos de antaño, con bochornosas oleadas de calor. Nos da la impresión de que anda, en cierto modo, atareado buscando su lugar; un lugar que tampoco, nos cabe duda, poco tardará en ocupar como acaparador y difusor de todas las calores del estío. 
             Con este panorama de haz y envés del mes, nos acercamos a la estación de ferrocarril. Cuando hay opción, que no siempre las hay, nos gusta y más en los viajes cortos, el tren y su atmósfera de serenidad, de entrar en un mundo tan cambiante por momento, en lo que se te muestra a cada segundo, es diferente a lo anterior; en que no te aterra, como cuando marchas en un vehículo, grande o pequeño, el que viene de frente y el que te atosiga por detrás; ni humos, ni ruidos. Una bendición en fin para los que evitamos molestias y bullicioso innecesarios. 
              Pretendemos ir a Málaga, como otras veces, en un tren que sale sobre las siete de la mañana y de un tirón nos deja allí. Una hora perfecta para nosotros, que nos gusta madrugar y que su llegada a las 9 de la mañana, te permite con comodidad realizar cuanto llevabas en mente que, casi siempre, y por obligación, es mucho, ya que a pesar del progreso a los de pueblo, todavía, y me temo que para los restos, nos tocará solucionar los asuntos de papeleo en la capital, una servidumbre ancestral que ahí sigue.
                En cualquier caso, como medio de transporte para ese viaje, el tren nos ha dado otro susto de esos que ya resignadamente recibimos cada día: a esa hora no hay tren que valga. Se ha suprimido. Si queremos, que no queremos,  ir por ferrocarril a Málaga, tendremos que utilizar otro de salida casi dos horas más tarde,¡ y con transbordo en Bobadilla! Como esos trenes de mercancía en maniobras de nuestra infancia, también ellos han dado marcha atrás en un servicio y en la sensatez que los guiaba. 

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