Ahora que entre estertores anda agonizando el mes, tendremos que afirmarnos en la idea de que este julio no ha tenido nada que ver con el de otros años; el cual, invariablemente, se concretaba en un tiempo destinado a vacaciones, y, en éstas, olvidarnos de cualquier preocupación que no fuera sacarle cada cual el mejor rendimiento posible a esos días, en medio del calendario, todo un síntoma, que con el cambio de ritmo nos daban el vigor y la ilusión necesarias para acometer lo que quedaba de resto del año.
Y ha sido atípico, desconocido, julio, no sólo por el hecho de que las vacaciones han sido como un plato exquisito para muchos, de caros manjares, y por ello fuera de su paladar y disfrute, sino que, diríamos, porque a falta de ese asueto tan obligadamente necesario para nuestro organismo, nuestra atención atenazada por prensa, televisión y todo eso, de golpe se ha encontrado barajando y atormentada por términos y fluctuaciones económicas de las que nunca antes nos habían importando lo más mínimo, ni hemos sabido un tanto así, que para eso estaban los expertos y también (bien nos damos cuenta ahora) los que verdaderamente le sacaban provecho a todo el juego.
Prima de riesgo, solvencia, puntos básicos o porcentuales, ibex, deuda pública (que si la pública, después de ser ya deuda, anda entrampada cómo irá la del pueblo) que formaba parte de un mundo ignoto no hace nada, tiene un hueco prosaico y amenazador en nuestra convivencia diaria; como si el que bajara, subiera, se engatillara o explotara cualquiera de los elementos de esa maquinaria estatal viniera a cambiar algo de nuestras vidas, que con prima o sin ella, con crisis o sin ella, desgraciadamente, pende más de otros, con bonanza o aguaceros, que de lo que podamos hacer nosotros.
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