Ya ha echado a caminar el nuevo año, no tan vacilante como otras veces, ni como le mandaba la estación en la que nos encontramos. Diríamos por eso, que comienza a dar señales de ser poco conformista, de imponer sus propias leyes, y de hacer poco caso a ningún bicho viviente; en especial a la naturaleza, a la que él, más que nadie se debe. Y así, nos está brindando un tiempo inaudito, con soles radiantes y flores, a las que engaña, el muy pérfido, para hacerlas pensar que se hayan en época de crecimiento y no de andar mustias o desaparecidas.
Por lo demás, algo todavía de los buenos deseos de estas fiestas nos queda en el buen ánimo de los que nos rodean. Y no sólo en el de los familiares o amistades. Para no desacreditar a los que opinan que los humanos somos animales de costumbres, haciendo cada día, por obligación o sin ella, lo mismo, esta mañana hemos desayunado en idéntico bar que ayer, que anteayer o que hace unos meses. Rutina, pero rutina agradable, encantadora, a la que no queremos renunciar por nada del mundo. Los dueños, a los que ayuda también la cuñada, son de un pueblo de la Serranía. Y además de adaptarse a unos hábitos locales que son los mismos que los de su lugar, traen algunas cosas de su tierra. Por ejemplo, estos días, aparte de la amabilidad y la presteza habitual, de motu propio nos han servido gratis, sin petición previa por nuestra parte, unas rosquillas deliciosas, de las mismas características que las que en otros tiempos ofrecían, en las mismas condiciones de gratuidad a los viajeros que llegaban, asumiendo riesgos sin cuento, de lejanos horizontes. De esa rutina, extendida desde luego, sobre todo, a la que nos hacen disfrutar los amigos, los cielos, la ciudad y todo lo que nos rodea, será un placer que, como un maná exquisito nos siga envolviendo y cayendo sobre nosotros y los que nos aprecian un poco. Que la benevolencia del que la tiene, quienquiera que sea o como le llamemos cada cual, ayuden a nuestras peticiones.
Por lo demás, algo todavía de los buenos deseos de estas fiestas nos queda en el buen ánimo de los que nos rodean. Y no sólo en el de los familiares o amistades. Para no desacreditar a los que opinan que los humanos somos animales de costumbres, haciendo cada día, por obligación o sin ella, lo mismo, esta mañana hemos desayunado en idéntico bar que ayer, que anteayer o que hace unos meses. Rutina, pero rutina agradable, encantadora, a la que no queremos renunciar por nada del mundo. Los dueños, a los que ayuda también la cuñada, son de un pueblo de la Serranía. Y además de adaptarse a unos hábitos locales que son los mismos que los de su lugar, traen algunas cosas de su tierra. Por ejemplo, estos días, aparte de la amabilidad y la presteza habitual, de motu propio nos han servido gratis, sin petición previa por nuestra parte, unas rosquillas deliciosas, de las mismas características que las que en otros tiempos ofrecían, en las mismas condiciones de gratuidad a los viajeros que llegaban, asumiendo riesgos sin cuento, de lejanos horizontes. De esa rutina, extendida desde luego, sobre todo, a la que nos hacen disfrutar los amigos, los cielos, la ciudad y todo lo que nos rodea, será un placer que, como un maná exquisito nos siga envolviendo y cayendo sobre nosotros y los que nos aprecian un poco. Que la benevolencia del que la tiene, quienquiera que sea o como le llamemos cada cual, ayuden a nuestras peticiones.
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