sábado, 10 de septiembre de 2011

DE TERRAZAS ENCUMBRADAS HABLAMOS.

                                                       
          Es fe que en una ciudad tan llana  cual es Cádiz,  como la palma de la mano, las encumbradas terrazas de sus casas más señoriales se construyeron para que sus dueños, mercaderes de altos vuelos,  quedaran tranquilos viendo, sin necesidad de ir al puerto, aproximarse a sus barcos que volvían de América sin daño, con  todas las riquezas que proporcionaba el Nuevo Mundo.
          En Ronda, la edificación de terrazas tuvo fines menos materiales y más de huir un poco de honduras y abismos cercanos, o de contemplación serena, sin ningún obstáculos, de azules sierras y de moles caprichosas que rodean un horizonte grandioso.
          Desde la terraza de una antigua casa de un amigo de años, lo que es decir verdadero, que para vivir en la más estricta pobreza la entregó a la orden en la que profesó; una casa de umbríos salones y soleados patios, de puertas en las que la madera se hace monumento y en las que se detiene el tiempo, contemplamos a una Ronda inusual, superando oquedades y aglomerando nitidez y blancura de barrios cercanos como el de Padre Jesús. 
         Otra cosa llama la atención por insólita: el desafío de dos torres pertenecientes a razas tan enfrentadas un día como la mora y la cristiana. La del Minarete y la de la Santa María, símbolos de dos religiones dominantes en dos épocas,  son también, a su manera, signos de una lección que deberíamos aprender los humanos,: la de un distinto lenguaje y una misma y pacífica convivencia.

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