Llevamos un par de semanas de tiempo suave y calmado y eso se nota en la prodigalidad con que la naturaleza se despliega en estas fechas, perceptible en el brillo inusitado de las hojas de plantas y árboles, como si quisiera compensarnos por un invierno en extremo duro y descarnado. Sería una mañana la de este domingo de las más amables si no la alterara, a la par que a nuestros nervios, ese viento del Estrecho, más cercano de lo que sería deseable para estos menesteres de mandarnos pequeños ciclones desatados con que nos fustiga con relativa frecuencia.
El perturbador levante ha puesto con idéntica saña en presurosa fuga a moradores habituales de mi calle, como son gatos callejeros, a perros desorientados de sus dueños, e, igualmente, a los pájaros. No es que hubiera muchos de estos últimos, ya que los humanos, (no quiero pensar que sólo los hispanos) nos valemos como nadie a la hora de empobrecer y disminuir cada vez más flora, fauna y todo lo que va quedando de valor en el planeta.
Esta mañana, echo de menos a ese pájaro extraño, de regular tamaño, color carbón reluciente, pico de cereza madura, e inquieto andar, que llevaba merodeando por los alrededores desde que aparecieron los días soleados y templados. Recorría los jardines cercanos, a pasitos acelerados y menguados, como si pisara sobre ascuas, cauto y osado a la vez, como si buscara algo sin jamás encontrarlo. No lo había visto nunca antes de ahora. Me han dicho, no sé si con razón, que vienen en los barcos, como descarados polizones, sin ocultarse, en los modernos transatlánticos que cruzan raudos los océanos, desde la otra parte del mundo. Si es así, vendrían estas aves a emprender un viaje de descubrimiento, como los intrépidos de Colón y compañía, pero al revés. Tenía la esperanza de poder sacarle una foto, pero creo que no le gustan o temía algo peor, por un probable suceso anterior: tampoco hay tanta diferencia entre los prominentes objetivos de las modernas cámaras y los cañones de una escopeta.
El perturbador levante ha puesto con idéntica saña en presurosa fuga a moradores habituales de mi calle, como son gatos callejeros, a perros desorientados de sus dueños, e, igualmente, a los pájaros. No es que hubiera muchos de estos últimos, ya que los humanos, (no quiero pensar que sólo los hispanos) nos valemos como nadie a la hora de empobrecer y disminuir cada vez más flora, fauna y todo lo que va quedando de valor en el planeta.
Esta mañana, echo de menos a ese pájaro extraño, de regular tamaño, color carbón reluciente, pico de cereza madura, e inquieto andar, que llevaba merodeando por los alrededores desde que aparecieron los días soleados y templados. Recorría los jardines cercanos, a pasitos acelerados y menguados, como si pisara sobre ascuas, cauto y osado a la vez, como si buscara algo sin jamás encontrarlo. No lo había visto nunca antes de ahora. Me han dicho, no sé si con razón, que vienen en los barcos, como descarados polizones, sin ocultarse, en los modernos transatlánticos que cruzan raudos los océanos, desde la otra parte del mundo. Si es así, vendrían estas aves a emprender un viaje de descubrimiento, como los intrépidos de Colón y compañía, pero al revés. Tenía la esperanza de poder sacarle una foto, pero creo que no le gustan o temía algo peor, por un probable suceso anterior: tampoco hay tanta diferencia entre los prominentes objetivos de las modernas cámaras y los cañones de una escopeta.
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