Con toda la cautela del mundo, la que nos obliga la cercanía de las elecciones municipales, recogemos de la prensa provincial la noticia de que Ayuntamiento y sociedad propietaria de la Casa del Rey Moro, han llegado a un acuerdo para restaurar la vivienda. El edificio, que si no es de origen árabe, alberga orgulloso al monumento de La Mina, de esa procedencia, de histórico e incuestionable valor histórico y estético, al igual que a los hermosos jardines diseñados por el afamado Forestier, es sabido que es una pura ruina en la actualidad, como ya desde hace no sé qué tiempo, proclama a voces su indigno aspecto exterior.
Así visto, la decisión de la sociedad alemana dueña de la vivienda de invertir dos millones y medio de euros para rehabilitarla parece una excelente noticia, para una Casa que, cualquiera que sea su antiguedad, que ya la tiene, y su origen, es de familiar presencia y de singular arquitectura entre las que se asoman a nuestro universal precipicio.
Otra cosa, si de hecho se aprueba y lleva a cabo la importante inversión, es ver qué coste urbanístico habría qué pagar por la realidad el proyecto; qué pérdidas y qué cambios de fisonomía, por nadie deseables, que nace ya con la amenaza de mudar un conjunto que lleva siglos inalterable, brindando continuo gozo a rondeños y extraños. Y no hablemos ya si la obra toca, como se dijo en un principio, cuando cambió de manos la propiedad, a la integridad del paso del río.
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