Sólo dos flores de un jardín, contados cuadros y algunos libros, decía Lope, cuando ya tenía comprobado los gozos y desengaños de este mundo, le bastaban para ser feliz. Indudablemente, olvidó o lo obvió por sabido, otro elemento esencial: la música. Muchas cosas nos amargan la vida y nada más que unas pocas nos la alegran. La música, que nos eleva el espíritu, que nos transporta a regiones insospechadas, que cicatriza penas y sinsabores, es una de ellas y, afortunadamente, una de las más cercanas y al alcance de nuestras manos hoy en día.
Todo un universo de arpegios, de ensoñaciones, de infantiles voces deslumbrantes, vibró ayer desparramándose armónico por las naves de nuestra Iglesia Mayor, dando fe de que la música, el canto, acompañado de la destreza de los interpretes y los coros, será una de las pocas cosas que, como hasta ahora, recorrerán sin desmayar, los tiempos.
Mi admiración para todos los que con tanta dedicación colaboraron en el feliz desarrollo del sacro evento. Pero sobre todo, para Isabel Martín, a la que le rebosan inquietudes artísticas y en la que hallan espléndida morada, la música, la fotografía, la poesía... Toda modestia y sencillez, siendo piedra angular en la que descansan, sin pretensiones, sin querer llamar la atención, un sin fin de cauces de la cultura de nuestra ciudad. Personas como ella, como la música, su eterna pasión, alegran la vida y merecen el reconocimiento, que, desde aquí, con todo cariño y convencimiento le enviamos.
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