La inminente huida de abril, para perderse de nuevo en los pliegues del tiempo, tras dejarnos, fiel a su destino, reparadoras aguas y algunos soles, bien merece una loa, que no un canto fúnebre.
Ignoramos si los campos han agradecido tantas borrascas, y si las cercanas cosechas de grano harán honor esta vez a las lluvias y soles recibidos, profusas unas, menguados otros, durante las postreras semanas para brindarnos doradas mieses; pero ayer y hoy, el mes, abril, novedoso y ancestral sastre de la tierra, a la que no se cansa de engalanar, engañoso y huidizo, casi cálido, casi frío, nos anunció su desbandada de la manera más poética: arrancándole el azahar a los naranjos en flor y deshojando a las primeras rosas del año, que él mismo, no hace nada, había traído: lloviendo pétalos, albo presente para las renegridas aceras y suelos.