Con este vientecillo que quiere ser viento y a veces lo logra, esta mañana, los árboles de nuestra Alameda se sacudían sus ramas como canes desprendiéndose del agua que imprevista les cae. Lo que echaban al aire, en realidad, eran sus hojas más marchitas. Un espectáculo más de los muchos que nos brinda la naturaleza en otoño, porque si no ¿qué otra cosa podían ser esos nimios remolinos de hojas secas planeando y casi detenidas en el aire como si portaran alas? Y otro tanto, el rumor con algo de olas marítimas que producía el aire moviendo las encumbradas copas, como océano que se altera sin llegar a embravecerse, Y todo iluminado con un brocado de cenefas de colores en transición: verdes que ya no son verdes, sino gualdas, pero que tampoco son amarillos sino una mezcla de hermosos matices en la que brincan mil tonalidades, de difícil definición. Un dosel de frondas que poco a poco se rinde, pero que aún, antes de desaparecer y dejar ver el cielo a través de sus ramas peladas, nos brindará más de un deleitoso rato.
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