Si algo en verdad se añora en estos días, es el calor de los atardeceres, ahora tan fugitivos y presurosos como es el paso de esas bandadas de aves que, agrupadas en prietos vuelos buscan, más allá de nuestros lares, otro hogar para pasar el invierno. Entre la brevedad de la duración de la luz solar y la acumulación de nubes enlutadas que tapan las alturas, entre penumbras casi andamos.
Con un noviembre que con ganas de alborotar ha entrado, anunciándose hosco a todo plan, con luminarias de rayos y tronares, ventarrones y agua alocada y vigorosa, tendremos que decir adiós a algunas cosas; esperemos que no definitivamente a los días placenteros y a la tibia dulzura de los caminares gozosos contemplando montañas y picachos que, a fuerza de verlos y de soñarlos,
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