Por una dolorosa travesía de tenebrosos horizontes caminan ahora los libros, derramando cuantiosas lágrimas y recibiendo múltiples desprecios. Nunca fue el suelo hispano lugar propicio para dedicarle un rato a la lectura, ni los libros objeto de trovas y honores, sin embargo pocas veces se imaginó, con toda esa negra herencia, tan fatal destino, que no es sino una interminable agonía.
Con menor intensidad, también vive el libro su particular calvario en otros países más cultos, más enamorados de la letra impresa. Se nota sobre todo el hecho, desde la distancia, en la actitud de los libreros, a los que nos empeñamos algunos, como si nada pasara, en seguir comprándoles su entrañable mercancía. Al libro que adquieres y que te llega por correo desde tan lejanos confines, le acompaña ahora, inevitablemente, cartas de agradecimiento que rompen el alma, con un mensaje entre líneas, subliminal, para que te acuerdes de ellos a la hora de comprarlos. Se ve que les va la vida y el negocio, antes próspero, en seguir contando con compradores fieles, último bastión en que
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