No acudas, Zaide, a las lágrimas, que para otras desgracias y penas mayores habrás de guardarlas. Lloras, porque tu orgullosa juventud huyó presurosa, sin apenas darte cuenta, y también porque tus inagotables energías de otros tiempos más floridos, ya no son las que fueron. No es, aunque lo calles, algo que ignoraras. No te llames a engaño porque solo a tí te engañas.
De sensatez y sentido común podrás alardear si, en cambio, llegada esa etapa de tránsito de tu existencia, de un adiós como parte de muchos adioses, que no es otra cosa nuestra vida,
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