Habituados a los cielos desnudos como aquietados e imperturbables lagos de aguas inamovibles, por no remontarnos mucho más allá,
Pero lo que es más de agradecer, la mudanza y el grisáceo rebaño de nubes que sin pastor transitan a su antojo, han llegado con el bendito aditamento de una divina brisa, que al aspirar su frescor no sólo reciben nuestros pulmones con muestras de jolgorio sino que es todo el cuerpo el que se diría resucita porque aplanados andábamos. Un respiro de la naturaleza que hacemos nuestro, que todo no va a ser lamentos y quejas.
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