Este sufrido Tajo nuestro, hondo pozo de desventuras, llora últimamente otra desgracia en uno de sus parajes más bellos, en el del frontal sobre el que se alzan los llamados Jardines de Cuenca, aledaño a la parte más angosta del abismo como es la del desfiladero que hasta allí lo recorre. Moribundas se hallan las chumberas, las que desde siempre, con su agreste verde, han sido hermoso y raro revestimiento de las abruptas rocas y un gozo permanente donde reposaba, tras vagabundear por el vacío, la mirada inquisitiva de nuestros visitantes.
Si verdaderamente lamentable resulta el espectáculo, lo es aún más que a nadie, en modo alguno, pilla de sorpresa. Desde hace un tiempo tan largo que es difícil de determinar, el estado de otras chumberas, de las que hermoseaban nuestra Serranía y no sé si otras regiones de la provincia o de las andaluzas, venían a voces anunciando la rápida propagación de la enfermedad en la especie.
Ignoramos, también, si se está combatiendo con ánimo de desarraigar el mal que las ataca, que no es cualquiera cuando capaz es de derribar su ancestral fortaleza, o, como en tantas otras cosas, se deja su problemática solución en manos del azar, es decir, de nadie.
Después de lo dicho, que, esta misma mañana, tuviéramos la suerte de contemplar a estas vistosas chumberas de la foto, hasta arriba colmadas de rosados y henchidos frutos en el Paseo de los Ingleses, en todo su glorioso esplendor, solo produce pena, porque lo más probable es que participen, más pronto o más tarde de idéntica adversa fortuna que las de sus hermanas.
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