Tan huidizo como el brillo de esa flor de jazmín, ayer de sedoso y resplandeciente albor, hoy barrido oro viejo, presto a deshacerse en briznas de desorientado polvo, es nuestro ser y estar en este mundo. Si a ello te atienes, convendría, pues, Zaide, que no te dejaras llevar por mundanas vanidades o altaneros y soberbios endiosamientos. Si los comparas con otros que inalterables y poderosos parecían, verás que aquellos y estos no son, como la fugaz del jazmín, más que flor de un presuroso día.
Nada te hará más feliz que, tener conciencia de lo poco que eres, menos que nadie. Que sean otros, y no tú, los que bien hablen de tí y de tus acciones. Indicio será, si logras que esto ocurra, que entre otros engañosos, elegiste el sendero correcto. Sé humilde porque humilde naciste.
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